EL SUTIL ENCANTO DEL CHISME
AL SUR CON MONTALVO
Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, pueblo chico, infierno grande, así reza el refrán popular, aunque con la globalización, el mundo se ha convertido en una pequeña aldea con la sensación de cercanía que produce la multimedia, conduciendo la privacidad a una dimensión más frágil.
El placentero anonimato de las redes sociales, potencian el chisme. En ciudades como la nuestra persisten tratos de aldea en la relación de las autoridades con la población, o el frecuente minigulag, que es el trabajo doméstico. El entusiasmo por los chismes nos refuerza la ilusión de seguir viviendo en un mundo rural regidos por las costumbres.
Ahora, la costumbre moderna es disfrazar el chisme en noticia mundial. Te cuento una historia.
Prudencia jamás le hizo honor a su nombre. Mujer de privilegiada memoria, fisonomista fina y de sorprendente facilidad para narrar historias aderezadas con sus propias fantasías o exageraciones, Prudencia fue la informante del pueblo por muchos años.
Prudencia llevaba y traía chismes de un lado a otro. Intrigaba con aquella facilidad digna de Fouché en la Francia decimonónica; y mentía como nadie. A Prudencia, eso del chisme le iba bien. Bastaba con sacar de contexto cualquier dato o impregnarle a la oración alguna inflexión admirativa para lograr influir en el ánimo de sus oyentes.
A pesar de su ignorancia, Prudencia conocía la diferencia entre mentir, chismear e intrigar. Para ella, la mentira era faltar por completo a la verdad la cual se descubría tarde o temprano, así que evitaba mentir. Al chisme lo definía como el correo de las cosas que suceden, así nada más. En cambio, la intriga, siempre forma parte de una verdad cuya fuerza en la narración termina por distorsionar los hechos reales y deja en la mente de la gente, mil interpretaciones posibles. Esta era su habilidad.
La gente disfrutaba su manera de contar historias, la gesticulación y la mímica acompañaban cada palabra, cada frase para provocar emociones y reacciones entre quienes le escuchaban. Prudencia describía cada suceso con esa difícil habilidad capaz de provocar llanto, risa, enojo, cólera, indignación o admiración según su conveniencia. Sus metáforas eran geniales; nadie las olvidaba. Aunque la gente conocía su retórica y la manipulación que hacía de ella, no dejaba de escucharla. Prudencia oscilaba entre el juglar y el bufón del pueblo.
Delia, su vecina, siempre le aconsejaba ser más prudente en sus comentarios, en sus juicios, en las informaciones que muchas veces la propia gente le acercaba para difundirlas como verdades. Cada pueblo tiene sus imprudentes Prudencias, cuyas imprudencias muchas veces ocasionan bastante daño.
Recuerdo a Prudencia bajo su rebozo con el suéter de lana deshilachado por el tiempo con hedor a leña de todos los hogares. Caminaba lento, recorriendo con la mirada cada detalle del pueblo, aguzando el oído y olfateando la noticia, como buen sabueso. En cada esquina solía detenerse a conversar con quien se el cruzara en el camino. Escuchaba con atención; siempre escuchaba, ese era su secreto.
Prudencia hubiese sido la mejor cronista del pueblo de no ser porque nunca aprendió a leer y escribir. En su época, las mujeres del campo no tenían esa facilidad. A sus 65 años de edad no le quedaban ganas de aprender y aunque veía cómo su hermana mayor avanzaba en sus clases de educación para adultos, no dejaba de considerarlo un esfuerzo fútil.
En cada velorio, boda, bautismo o nacimiento, Prudencia hacia presencia. Nadie la invitaba, llegaba sola como una sombra cobijada en su rebozo. Nadie se atrevía a correrla por temor a su viperina lengua. Así que Prudencia tomaba su lugar, le servían como a una invitada más y después de escuchar, ver y olfatear, salía en silencio a divulgar las nuevas buenas y malas noticias. De la forma en que era tratada, ella difundía la noticia. Algunos se esmeraban en servirle doble plato, aguardiente de caña hasta hacerla caer de borracha y aún más, le obsequiaban su itacate para la cena. Con esas atenciones, el anfitrión no garantizaba que Prudencia hablara bien de él, pero al menos, le tranquilizaba su silencio.
A Prudencia no se le temía por las cosas inmorales o ilegales que la gente hiciera, sino porque ella todo lo convertía justamente en algo sospechosamente inmoral o ilegal con la forma en que hacía sus comentarios maldicientes.
Esa extraña habilidad de distorsionar la verdad y provocar el rumor, la aprovechaban algunos poderosos de la región para sus fines particulares. No pocas veces, la información de Prudencia contribuyó al chantaje entre unos y otros. De la misma forma, no pocas veces, su afilada lengua provocó enemistades, divorcios e incluso la prisión o muerte de algún inocente. Vivía de los favores que realizaba como informante, como instrumento de intrigas y rumores.
Desde el poder, que su memoria y retórica le concedían, Prudencia elevaba a unos y destruía a otros. Poco a poco, su corazón fue endurecido por el rencor, la envidia la ingratitud y la desidia. Bastaba con que alguien le viera feo o se negara a realizarle algún favor, para ponerlo en la lengua del pueblo entero. Todos conocieron a Prudencia, sin embargo, nadie le conoció a un amigo, ni a una amiga verdadera.
Una mañana de diciembre, Prudencia amaneció sin vida en su humilde choza. Nadie acudió a su funeral, nadie le depositó siquiera una flor, en el pueblo corrió un aire ligero, un viento de alivio. Las autoridades acudieron a dar fe del fallecimiento para enviarla a la fosa común sin que nadie se apiadara de Prudencia, la voz del pueblo.
La verdad, es que todos se quejan del chisme, pero como dice Delia, el chisme es “deporte nacional e inalienable costumbre doméstica. Todos se quejan de él, pero a todos les encanta”.
Nuestra cultura del rumor no pertenece a la generación actual, es factura de la humanidad a través de toda su historia. El chisme es de tradición y solera. El chisme aristocrático del periodismo de antaño ahora carecería de todo rating frente al chisme más democrático que circula en los medios nacionales a través de los medio de comunicación electrónicos.
El drama se recrea como programa de entretenimiento aunque el protagonista tenga el nudo en la garganta. El riesgo es que nadie está a salvo de ser convertido en noticia pública violando su intimidad familiar.
La proliferación de talk shows, el morbo global por invadir el espacio íntimo ajeno, son algunos de los rasgos distintivos de nuestra época.
El caso Trevi Andrade superó con mucho a las poquianchis y es entendible que artistas, políticos y funcionarios públicos estén expuestos al chisme; pero la invasión a la vida privada atenta contra toda la sociedad al convertirse en arma letal.
La mayor dimensión del chisme se hace evidente en el medio político donde los seguidores y opositores hacen alarde de notas e informaciones, que desvirtuadas, tratan de influir en el ánimo de un público poco acostumbrado al análisis.
Lo que se pone en juego es la credibilidad del pueblo. Es esa lesión irreparable que nos conduce a dudar de todo, a no darle crédito a nada ni a nadie. Más allá del daño que se le infringe a una persona, se lesiona a la sociedad entera cuando el chisme trasciende la esfera de lo local y se inserta en el ámbito nacional para difundir “noticias” sin base ni fundamento alguno.
Entonces, no se trata de declaraciones aisladas sino de expresiones que dichas sin ninguna consideración se convierten en noticia alarmista que sube el rating de quien la difunde pero denigra a la sociedad de quien se habla.
La noticia periodística como la de cualquier vocero requiere de fundamentos, testimonios, evidencias y estar bien documentada para ser creíble, confiable, objetiva y veraz.
Las Prudencias debieran ser más prudentes en sus expresiones, en sus informaciones; menos perversas y más pudorosas consigo mismas. Las Prudencias deben saber que las palabras dichas no tienen regreso, y el peso de la palabra puede detonar lo mejor de cada sociedad pero también, desatar los peores demonios.
Una de las principales responsabilidades de cualquier informante es evitar la intriga, las entre líneas y la mentira, porque la verdad siempre sale a relucir, tarde o temprano Hablar con la verdad es una cuestión de amor.
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