El viejo y el mar, una historia para no darnos por vencidos
Por Ana Isabel Cid O.
Era un viejo que pescaba solo en un bote y hacia ochenta y cuatro días que no atrapaba un pez, la gente lo llamaba salado que era la peor forma de mala suerte, el viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas, las pardas manchas del benigno cáncer de piel que el sol produce estaban en sus mejillas y sus manos tenían hondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan grandes peces, pero ninguna de esas cicatrices eran recientes, mucho de los pescadores se reían del viejo pero el no se molestaba.
Su joven aprendiz decía que hay buenos pescadores y algunos grandes pescadores, pero como el viejo ninguno.
Quizás no esté tan fuerte como creía decía el viejo, pero conozco muchos trucos y tengo voluntad.
Tomaron café en viejas latas de leche condensada, el viejo tomó lentamente su café. Era lo único que tomaría en todo el día y sabía que debía tomarlo, hacia mucho tiempo que le mortificaba comer y jamás llevaba almuerzo.
Asomado en la proa el viejo sentía compasión por las aves: las aves llevan una vida más dura que nosotros salvo las de rapiña que son grandes y fuertes ¿ Porque habrán hecho pájaros tan delicados y tan finos como esas golondrinas de mar cuando el océano es capaz de tanta crueldad? El mar es dulce y hermoso pero puede ser cruel.
El viejo pensaba en alta mar » nadie debería estar solo en su vejez» pero es inevitable.
El viejo envuelto en periódicos y con sus ropas remendadas, dormía un rato y se levantaba al amanecer con la esperanza de pescar un gran pez.
El mar agitado y el viejo cansado, cuando por fin algo mordió el anzuelo, cuando por fin cayó un gran pez al anzuelo, inicio una batalla campal; día y noche el viejo lucho, y penso ¡me estás matando pez! pero tienes derecho hermano, jamás en mi vida he visto cosa más grande y más hermosa.
Tomo todo su dolor y lo que quedaba del orgullo que había perdido hacia mucho tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez, el viejo se sentía desfallecer y estaba mareado y no veía bien, se desangró las manos pero sabía que el agua salada curaría sus heridas, cuando casi tenía al pez, un tiburón de esos que son grandes y malos que no le temen a nada, intento llevarse al pez, pero el viejo le pegó con sus manos ensangrentadas, empujando un arpón con todas sus fuerzas, luchó contra tiburones y sus manos se desangraron, pero nunca se rindió, llegó a puerto con un lo que quedaba de un gran pez; Santiago su jóven aprendiz lloro al ver sus manos, le llevó café caliente y comida, nunca más irá sólo iré con usted, a lo que el viejo dijo:- yo ya no tengo suerte-
¡ La suerte la llevaré conmigo dijo Santiago!.
No puede rendirse quien guarda un rayo de esperanza por muy pequeño que sea, una esperanza que brilla como una pequeña vela encendida en medio de un mal temporal, el viento queriendo apagar la mecha, la adversidad de la vida intentando apagar esa pequeña llama a la que nos aferramos. El hombre no está hecho para ser vencido, el hombre puede ser destruido pero no derrotado, una frase que cala hondo en este libro, y que nos invita a no darnos nunca por vencidos. ¡Lucha contra las adversidades de la vida! Contra las dolencia de la edad y los años que creemos que nos imponen limitantes, la juventud es hermosa a la vista pero la experiencia es un tesoro que supera cualquier virtud, podemos hacer tantas cosas aún con la edad; termina esa carrera que soñaste, inicia el proyecto de tus sueños, busca ese amor para el que crees que has llegado tarde, nunca estaremos vencidos mientras mantengamos encendida la llama de la esperanza.