La Revolución mexicana, rebelión en pausa
Juan Carlos Gómez Aranda *
Este 20 de noviembre el calendario cívico marca el 114 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, el movimiento social que arrancó lánguido, pero in crescendo, hasta convertirse en el artífice de la transformación más profunda que ha vivido nuestra nación y que a la postre aportó el mayor número de muertos y ha sumado más héroes y villanos al panteón nacional.
La revuelta comenzó un día como hoy en 1910 con Francisco I. Madero como caudillo, el Plan de San Luis Potosí como estandarte y el lema de No Reelección como grito de guerra. Como el sigilo no fue lo fuerte de los rebeldes antirreeleccionistas, Porfirio Díaz descubrió la conspiración apresando a algunos líderes con lo que ganó tiempo, pero no detuvo el sentimiento popular que irrumpió con violencia, principios y seguidores dispuestos al martirio.
Como el sacrificio del héroe de la libre expresión, el doctor Belisario Domínguez, cuya muerte ordenada por Victoriano Huerta, “fue el último tiro de escopeta que rompió las amarras de los caballos de la Revolución. Su asesinato destrozó los candados que retenían la fuerza acumulada por las injusticias”, escribió Alfredo Palacios, uno de sus biógrafos.
La molestia se incubó durante mucho tiempo en miles de pueblos y ciudades por causas sociales, económicas, políticas y culturales. La desigualdad social y la pobreza extrema era la constante en gran parte del país, principalmente en el sector rural, donde élites controlaban las tierras y los recursos. Imperaba el despojo de terrenos a campesinos en beneficio de terratenientes y por estas razones, el Plan de San Luis y particularmente su Artículo 3º llenó de esperanzas a peones acasillados en los grandes latifundios.
En 1910, Porfirio Díaz convocó elecciones en las que se presentó como candidato único, donde a pesar del fraude electoral, se proclamó ganador. Este acto provocó un fuerte rechazo en todo el país que desató una crisis política que culminó en el levantamiento armado. Después, casi todo el territorio nacional se convirtió en campo de batalla, siendo los “invisibles” de entonces los que protagonizaron la resistencia y la insurrección y por lo tanto, los verdaderos artífices de los nuevos derechos sociales que se impusieron, al principio, por la vía de machetes y los recién evolucionados Winchester 30/30.
Pero como no hay guerra ni historia sin héroes, la Revolución pagó su cuota. Álvaro Obregón discurrió las trincheras individuales, que después se utilizarían en la Primera Guerra Mundial y en 1914, el aviador Alberto Salinas, de las filas obregonistas, ataca desde su biplano a un cañonero adversario a 900 metros de altura en las costas de Topolobampo, en lo que fue una de las primeras acciones militares aéreas, solo después de que un piloto italiano, en 1911 lanzó pequeñas bombas sobre posiciones otomanas en Libia.
Fue en este período que las llanuras del centro y del norte vivieron las épicas cargas de caballería de miles de jinetes que se convertían en “huracanes de caballos”, decía Vito Alessio Robles, con Francisco Villa como centauro, pistola en mano y cananas cruzadas, convertido en superstar, gracias a la proyección internacional que le dieron John Reed y la Mutual Film Corporation.
Villa se convierte de forajido a guerrillero y después en general de generales gracias al genio militar de Felipe Ángeles, para saltar a una especie de Robin Hood cuando confisca fortunas y bienes de potentados para crear el Banco de Chihuahua con el propósito de garantizar pensiones a viudas y huérfanos de la Revolución. Su nota más alta fue cuando encabeza la única invasión a su territorio que ha sufrido Estados Unidos, cuando Villa ataca Columbus.
Pero qué pensarían del estado actual del país, el senador mártir Belisario Domínguez, las Adelitas que siguieron a sus hombres a la bola y también empuñaron fusiles, los guerreros yaquis que pelearon con bravura por su vieja demanda de tierras prometidas o los apaches y mayos que lucharon por tierra y agua. Carranza con su sentido de la historia o Zapata y su sentimiento casi religioso por la tierra ¿Qué harían?
Chiapas compromete una Nueva ERA que atenderá deudas sociales.
Chiapas fue territorio en la época de la Revolución de movimientos locales como el Mapache, surgido tras el arribo de tropas constitucionalistas al estado, comandadas por el general duranguense Jesús Agustín Castro, con la firma del Acta de Canguí, signada por finqueros de Chiapa de Corzo y la Frailesca contra los “filibusteros” carrancistas, o la pequeña tropa de voluntarios zapatistas que encabezó el general cintalapaneco Rafael Cal y Mayor, amigo del caudillo.
Años después, en 1994 el EZLN le recordó a México las deudas con Chiapas y su paradoja: territorio rico en recursos, habitantes pobres.
La cantidad de lluvia que recibe ese estado es 2.3 veces mayor que el promedio nacional según el INEGI, pero paradójicamente, el porcentaje de viviendas que disponen de agua entubada es de 52.4%, uno de las más bajos del país. También encabeza el índice con la mayor mortalidad infantil por enfermedades diarreicas agudas, evitables con medidas de higiene y acceso al agua potable. Mientras que el CONEVAL ubica a 70% de las personas en Chiapas por debajo de la línea de ingresos que definen la pobreza y la mitad de ellas en pobreza extrema; la carencia más lacerante es la falta de acceso a la alimentación nutritiva y de calidad que padece 21% de la población del estado. Estas cifras dan clara idea del reto.
A un siglo de la Revolución hay promesas cumplidas e instituciones rampantes, pero también una lista de pendientes, así como nuevas demandas y apremios sociales, añadiendo el nuevo flagelo de la inseguridad que habrá que encararse desde la perspectiva de un nuevo régimen cuya característica es su inclinación social, como lo ha comprometido el próximo Gobernador de Chiapas, Eduardo Ramírez, quien empezará a gobernar dentro de solo 18 días como el Gobernador más votado en la historia electoral del estado y el que más esperanzas convoca.
*El autor es Coordinador de los Diálogos por la Transformación de Chiapas.
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