MONTALVO

LOS CARTEROS

AL SUR MONTALVO

Querida Ana Karen,
Al pasar por la oficina de Correos de Comitán pienso en los CARTEROS quienes llenaban sus alforjas con más cartas personales que cuentas por cobrar. Recuerdo el silbato anunciando su llegada y ya fuese caminando o en bicicleta; ellos viajaban con sus pesadas alforjas, bajo la lluvia, el sol o el viento cumpliendo la misión de traernos noticias lejanas de nuestros seres queridos.

Aquellas escenas de mis nostalgias fueron acontecimientos que el tiempo y las tecnologías van borrando y hechos que nos definen sin olvidar, que también somos lo que hemos perdido.

Entre las pocas cosas que suelo conservar aparece un manojo de aquellas cartas manuscritas que solía timbrar con sellos de UNICEF y otros, conmemorando algo para beneplácito de los filatelistas. Cartas que esperábamos llegar o enviar con verdadera ansiedad.
Sobres y papeles finos; algunos perfumados o cuidadosamente adornados con detalles del más puro estilo “kich”, cursilerías que en su momento alimentaban la ilusión del futuro.

Cientos de cartas cuyos contenidos van de la comedia a la tragedia, del encanto al espanto, del halago al reproche. No sé porque la gente tiene afición a escribir cuando más triste se siente, cuando la soledad y la depresión les invaden.

Sobres lacrados conteniendo Cartas de amor; de familiares y amigos distantes; cartas manuscritas delatando en la caligrafía el temperamento del remitente. Cartas lacradas con sellos personalizados con iniciales o decoradas con corazones o alguna heráldica de familia. De niño, me agradaba lacrar las cartas con alguna moneda de cobre de veinte centavos para grabarle el sol como símbolo de nuevo amanecer. Solía elaborar mis propios sobres con papel periódico o con la página de alguna revista cuya ilustración reforzaba parte del contenido de aquella carta escrita de puño y letra, donde viajaba parte de nosotros mismos.

En alguna época pudimos ufanarnos de llegar a coleccionar cientos de cartas provenientes de una sola persona; en ese afán, la mayor inversión no lo constituían los timbres postales sino el tiempo de espera entre una y otra carta.
Crucé con Karen más de 1200 cartas entre la Ciudad de México y Delaware. Una carta por día de ida y vuelta.

Hoy, aquellas cartas manuscritas enviadas en bellos sobres perfumados son simple nostalgia, artículo de lujo para el Siglo XXI Con el imperio de la Internet, capaz de mover 6,100 millones de correos electrónicos cada día, muy pocas personas recurren al correo tradicional.

Hoy, recibimos más mensajes que cartas; nuestros buzones electrónicos se abren cada día anunciándonos el arribo de 200 a 350 mensajes al día llenos de basura: propaganda de productos, publicidad de todo tipo de cosas; cuentas bancarias, fiscales, comerciales y de cualquier otro tipo por pagar. En vez de emoción, ahora da miedo abrir los mensajes electrónicos.
 
Admiro la era cibernética por su velocidad, me apego a ella porque en unos minutos me permite hacer llegar mis ideas a decenas de personas a través de las redes sociales; me permite mantener correspondencia con mayor rapidez con quienes nos resistimos a la mensajería express e iconográfica. Con todo, las cartas electrónicas no superan la intensidad del intercambio epistolar tradicional de antaño.

Añoro las cartas manuscritas de mi madre acompañándolas siempre de algún poema escrito con la más elegante caligrafía, propia de la antigua escuela.

¿Cómo podríamos comprender la vida de Rosario Castellanos sin leer las Cartas a Ricardo tan cargadas de emociones, vivencias, sentimientos y reflexiones? Cartas cargadas de vida.

El correo electrónico, por el contrario, es frío, casi impersonal, oculta la emoción contenida en los rasgos de nuestra escritura. Algunas cartas de antaño solían acompañarse con algún dibujo o ilustración propia; algunos sobres voluminosos nos hacían adivinar el contenido de fotografías o algunas tarjetas postales. Mis cartas siempre fueron extensas, de diez a veinte cuartillas como si se tratase de relatos literarios y en esa tarea invertía mis madrugadas.

Hoy en día, la gente manda más mensajes y menos cartas. Más recados fríos y menos emociones. Sin embargo, aún quedan personas quienes nos aferramos al papel cebolla, a los sobres aéreos y al timbre postal para beneplácito de los carteros. Ambos, escritores y carteros, una especie en extinción.

Los mensajeros y emisarios fueron suplantados en 1756 por los Carteros con la finalidad de entregar a domicilio las cartas acumuladas en las estafetas. De esta manera, el Cartero cobraba al mismo tiempo, el porte para reportarlo a la Tesorería de la Renta. Con el tiempo, en 1850, se creó el sello o timbre como prepago por el servicio.

Después, llegó el telégrafo. El cuerpo de Empleados de Correos gestionaba y entregaba en 1884 cerca de 75 millones de cartas. Más tarde en 1911 llegó el correo aéreo, las cartas urgentes, las certificadas y otros servicios como los reembolsos bancarios; los apartados postales, hasta llegar a los buzones domiciliarios.

Ahora, abro algunas de esas antiguas cartas fechadas en los sesenta y setenta para releer en ellas el paso del tiempo, lo que éramos y queríamos llegar a ser. Textos sorprendentes llenos de ideas e intenciones que nunca supimos donde se desviaron ni que camino tomaron; anhelos truncados en algún instante sin plena conciencia; fotografías amarillentas y humedecidas a punto de diluirse; timbres de Europa, Estados Unidos, Sudamérica y algunos de México, simplemente porque a las amistades nacionales es más sencillo llamarles por teléfono.

Aprovecharé la ocasión para dejar de lado la computadora, tomaré el papel más elegante que pueda conseguir, dibujaré para ti algún piano donde puedas ponerle música a las letras que yo te escriba, abultaré el sobre con aquellas fotografías que detienen un instante que en silencio hablan de las cosas más queridas y es tan íntimo, que sólo tú y yo podremos descifrarlas. Escribiré tantas páginas como pueda de puño y letra con esta pluma cuya tinta en sepia asemeja mucho la sangre que corre por nuestras venas, saldré corriendo en busca de los timbres postales cuyo precio desconozco desde hace años, pasaré la lengua por el engomado del sobre decorado con algunos motivos que te agradarán y esperaré a que el Cartero te sorprenda con una carta que en tu generación te parecerá artículo de museo.

Pero en esa carta podrás comprender que los objetos artesanales, los que somos capaces de construir con nuestras propias manos, siempre llevan parte de nuestro espíritu, lo que no sucederá jamás con los mensajes electrónicos de hoy en día.

Sin embargo, no me hagas esperar, y cuando te llegue la anhelada carta mándame un e-mail para decirme que ya la tienes entre tus manos y que me responderás en manuscrito como una cuestión de amor.

https://alfaronoticias.com.mx/los-carteros-al-sur-con-montalvo

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba