
Elogio de la universidad pública
Juan Carlos Gómez Aranda *
A la memoria de Homero Tovilla Cristiani, quien se impuso como misión alentar la carrera de decenas jóvenes.
Las universidades públicas son crisol social y milagro cotidiano y poderoso para México. Son el lugar donde la hija del obrero se convierte en ingeniera o médica, donde el hijo del campesino descubre que puede ser científico o poeta. Son fábricas de futuro: espacios donde se estudia, pero sobre todo donde se sueña y se socializa en libertad; donde miles de jóvenes, sin importar si vienen de la montaña, de la meseta, del barrio, de la costa o del sur profundo, entran por una puerta de esperanza y salen con herramientas para transformar su vida y la del país.
Por estas y otras razones celebramos el aniversario de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), que la semana pasada cumplió 50 años: medio siglo de historia, de inteligencia y de pensamiento libre. Son más de 115 mil sus egresados y decenas de generaciones que han sido semilla y fruto en el desarrollo del estado. Con 87 carreras y más de 32 mil estudiantes es la más grande de Chiapas. Su influencia es enorme porque ahí es donde se achican las brechas, se rompen los techos, se abren las posibilidades que empujan hacia arriba los que nacieron abajo. Sus aulas son recintos donde el piso de las oportunidades se empareja y se incuba la competencia con mejores profesionales de todos los campos.
La UNACH nació en una época convulsa y brillante. En los años sesenta y setenta, México vivía una paradoja: mientras las juventudes se levantaban para exigir dialogo y libertades, los gobiernos respondían con acciones de poder. La educación superior se concentraba en el centro del país y crecía como gigante mal distribuido. Por eso, se apostó a descentralizar, y también a dispersar y fragmentar la rebeldía, herencia de los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971.
Mientras el mundo adolescente gritaba en las calles de París y los campus de Berkeley, los estudiantes mexicanos llenaban las plazas con consignas y utopías. Chiapas alzaba la voz y exigía lo suyo: una universidad pública para el pueblo, pero no todo era protesta. Esos años también fueron un despertar del espíritu. Escuchábamos a Bob Dylan cantar que la respuesta estaba en el viento, a Luther King soñar en voz alta, a Neil Armstrong pisar la luna con palabras que aún estremecen y resonaba el eco de las frases la historia me absolverá y hasta la victoria, siempre. Fue en esos tiempos cuando, desde la raíz de Chiapas, se alzó una voz que nos hablaba al oído y al alma: Rosario Castellanos.
Rosario escribía con la memoria de los pueblos, con la rabia de las mujeres, con la herida del silencio. Junto a ella creció Jaime Sabines, nuestro poeta de lo cotidiano, del amor y de la muerte. En Sabines está Chiapas entero. Están la lluvia, el café, la selva, las lagunas, la ternura. Ambos —Rosario y Jaime— son la sustancia literaria de esta tierra, junto con Laco, Oliva y Bañuelos.
La historia tiene ironías finas. Que la UNACH deba parte de su impulso a Luis Echeverría, el mismo presidente poco estimado por un sector juvenil de aquellos tiempos, es una de ellas. Señaladamente debe su creación al gobernador Manuel Velasco Suárez, al filántropo Carlos Maciel, a personajes como los maestros Andrés Fábregas Roca y Javier Espinosa Mandujano y por supuesto, a la juventud chiapaneca que, con firmeza y pasión, supo exigir lo que le correspondía. La UNACH no es un recuerdo: es presente que respira transformación y lo hace en sintonía con una nueva etapa, naciente de la entidad.
Con Eduardo Ramírez llegó la nueva era para las universidades de Chiapas
Chiapas sigue con asignaturas pendientes y con retos ante los que hay que acelerar el paso. Mientas la media nacional indica que 50% de los egresados de bachillerato ingresan a la universidad, aquí apenas lo logra uno de cada cuatro. Es decir: tres de cada cuatro jóvenes chiapanecos quedan varados en la orilla, viendo cómo el barco del futuro zarpa. Esto tiene que cambiar. La meta del Gobernador Eduardo Ramírez es llegar al 35% de cobertura. No se trata de un número, sino de un acto de justicia. Cada joven que accede a la universidad es una historia que se transforma, es un militante del desarrollo y de la prosperidad social.
La propuesta educativa de las universidades públicas –la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH), la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH), la Tecnológica de la Selva, las Politécnicas y los Tecnológicos junto con la UNACH–, debe ser pertinente, acorde con las necesidades del desarrollo regional y de los requerimientos sectoriales, científicos y técnicos de nuestro tiempo.
Cuando en otras latitudes el enfant terrible Donald Trump asedia la libertad de cátedra en Harvard -la más antigua de Estados Unidos- y otras instituciones académicas, nuevos vientos soplan en Chiapas trayendo esperanzas. Eduardo Ramírez ya lo dijo: promoverá una reforma constitucional para que la UNACH sea declarada Benemérita. Un título más que merecido que significará más que una declaratoria. Este impulso es porque sabe que, sin ciencia, sin educación y sin pensamiento crítico, no hay soberanía, ni desarrollo, ni paz duradera. Su proyecto incluye fortalecer la educación como eje de la transformación.
Chiapas necesita una UNACH más fuerte, más vinculada con el sector productivo y atenta a las tendencias globales de la ciencia, el arte, la cultura, el mercado y el conocimiento. Una UNACH que hable tsotsil, tseltal, ch’ol, zoque y tojolabal, que abrace al joven que se supera para servir mejor. Decía Salvador Allende: primero estudiar, prepararse para después servir a la transformación social que se reclama. Hay un futuro que espera y la universidad pública es su horizonte, en Chiapas y en México se tiene claro que donde florecen las universidades, florece el porvenir.
*Coordinador de Asesores del Gobernador de Chiapas y de Proyectos Estratégicos.
Twitter: @JCGomezAranda
Email: jcgomezaranda@hotmail.com